martes, 20 de febrero de 2018

Ira a los trece

Llegó temprano a verme:

-¿Vas en la tarde a la chacra?
-Claro, te veo ahí, tengo que hacer limpieza al corral de los chanchos y luego voy
-Te veo allá entonces

Como a las tres de la tarde cargando una palana vieja en el hombro, y sin más, comenzó con el trabajo, estábamos aporcando el plátano, contábamos anécdotas de las cosas que pasaban en el colegio y cambió el tema...


-¿No extrañas a tu viejo?
-No. Me dejó de cuatro años
-Ni siquiera un poco?
-Si a las justas recuerdo su cara
-Te envidio, quién como tú 
-Yo debería envidiarte a ti, me crié sólo con mi viejita, pasamos necesidades con mis hermanos
-Pero eres más feliz que nosotros - Y sus ojos cambiaron a ligeramente rojos, a la par que los iba agrandado más, para hacer espacio entre sus párpados y evitar que sus lágrimas corrieran cuesta abajo - No tienes idea de cómo es mi viejo, hemos pensado matarlo.

No sabía que decirle, cogió su polo sudoroso por delante, secó su rostro de las primeras lágrimas... Y lloró... Traté de mostrarle que el mío era un caso peor para que no se sintiera tan mal, pero no sirvió, lloraba cabizbajo, sin sonido alguno, sentado en el borde de la acequia, empuñaba con fuerza la prenda que estrujaba en su rostro

-No sé que decirte
-No sabes nada de la vida, no tienes idea de lo que pasamos con mis hermanos - Levantó ligeramente el rostro con expresión de reclamo, estaba enrojecido y regado de lágrimas - Ayer llegó mi viejo como a las diez, mis hermanos estaban en la cama, yo me subí al techo, ya sabía que iba a llegar borracho, vi el burro a lo lejos balanceando las cantinas de leche y supe que era él, bajé corriendo, desperté a mis hermanos y nos fuimos al corral a escondernos, cuando todo estuvo en silencio, entré corriendo, ya sabía que le estaba pegando a mi vieja, mi vieja soporta en silencio para que no nos demos cuenta, pero ya sabemos, desde hace tiempo, el sonido de las cachetadas nos despierta; agarré un cuchillo y me paré frente a él, no pude decirle nada, tenía algo en la garganta, parecía un nudo, me miró fijo por un momento y sin quitarme la mirada gritó: -Sírveme la comida carajo! Ahora pones a mis hijos en mi contra, perra de mierda, pero ellos se van a enterar que eres una puta - Tú sabes como es mi viejita, cuando él se hace tarde ella empieza a orar en su cuarto y le pide a dios que lo cuide, que lo traiga sano y salvo a la casa. ¿Porqué no le pedirá que se muera?

-Supongo que lo ama, creo que las madres son así, no lo sé con certeza
-Ya quedamos con mis hermanos, lo vamos a matar, sólo falta la idea, tú eres inteligente, sacas buenas notas, puedes hacer un buen plan, a mí no se me ocurre cómo 
-Estás loco, lo dices de molesto
-Lo haré sin tu ayuda, aunque salga mal
Se paró con mirada desafiante, se disponía a irse... 
-Soy tu amigo. Sabes que te ayudaré 
-Ya tengo que irme. ¿Mañana a las tres de nuevo?
-Claro, acá estaré 

Al día siguiente llegó con sus hermanos, estuvimos trabajando y riendo hasta las cinco, luego jugamos pelota media hora, nunca volvimos a hablar del tema; una vez le pregunté por su viejo

-¿Y tu viejo?
-Ese huevón, no quiero hablar de él

Desde entonces nos dedicamos a lo nuestro, jugar, reír, estudiar y trabajar... No se volvió a tocar el tema. 

Teníamos apenas trece años... Trece años 




Carlos Pereyra R.


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