miércoles, 28 de febrero de 2018

El Regalo

Mientras pasaba el peine por mi húmedo cabello, su rostro se iluminaba, me veía como a un trofeo recién ganado, se sentía orgullosa, en aquel entonces ya finalizaba el año escolar, terminaba yo el segundo grado, me llevaba el diploma de primer puesto, ella trabajaba por las tardes en una juguería y vivíamos en la casa de la abuela

Eran poco más de las seis de la mañana y ella acicalaba al mayor de sus hijos para ir a la escuela

–No creas que lo he olvidado – Decía mientras humedecía uno de sus dedos con saliva para quitar los restos de pasta dental junto a mi boca — Hoy es tu cumpleaños, y tengo algo para ti

Me quedé parado esperando a que volviera, mientras veía mi reflejo en el espejo podía escucharla despertar a mis hermanos, volvió con ellos, y con sus caras somnolientas por testigos... Continuó:

—Feliz cumpleaños hijo, abracen a su hermano, es su cumpleaños — Y me abrazaron casi dormidos
—¿Qué es? 
—Ábrelo, es tu regalo

Al abrir la pequeña caja quedé asombrado, era uno de esos relojes con una pequeña pantalla en la que se podía leer la hora sin agujas, era de los modernos, digital, le decían, tenía una gruesa pulsera metálica que alguien se había encargado de ajustar para que entallara en mi muñeca, brillaba de nuevo, plateado, hermoso... Y me lo puso. 


Ese día en el colegio no jugué, tenía miedo romper la pantalla, rayarlo, opacarlo, o quizá perderlo; algunos de mis amigos se acercaron a verlo, lo comparaban con el reloj que llevaba su papá

Al segundo día Le dije que no quería llevarlo  a la escuela, que mejor lo guardara, y no lo llevé, y pude por fin tener un recreo normal. Cada mañana antes de ir a la escuela, y por las tardes al regresar, abría la cajita para verlo y seguiría así hasta la ocasión especial para usarlo

Y una mañana de vacaciones... 

—Hijo, mañana debo separar la matrícula de tu hermano, estoy sin dinero —Yo ni caso

Se me acercó, su mirada era intensa y difícil para ella, flexionó sus rodillas y acercando su rostro al mío, me lo explicó 

— Debo pagar la matrícula de tu hermano, una amiga me prestará el dinero, pero hasta que se lo devuelva, ella se quedará con el reloj, es algo temporal hijo, tú ya estás grande, eres el mayor, comprendes ésto. 

Con cada palabra sus ojos más se iban cargando, enrojeciendo, era evidente que no era una situación agradable para ella, yo la miraba fijo sin saber que decir para restarle importancia al tema... 

—Pesaba mucho —Era lo único que se me ocurrió 

Lógicamente, no volví a ver ese reloj, pero, fue uno de los mejores regalos que recibí. 

Creo que mi madre le cobró la revancha al destino veinticinco años después: Me volvió a regalar un bonito reloj para lucirlo en mi boda



Carlos Pereyra R. 

martes, 20 de febrero de 2018

Ira a los trece

Llegó temprano a verme:

-¿Vas en la tarde a la chacra?
-Claro, te veo ahí, tengo que hacer limpieza al corral de los chanchos y luego voy
-Te veo allá entonces

Como a las tres de la tarde cargando una palana vieja en el hombro, y sin más, comenzó con el trabajo, estábamos aporcando el plátano, contábamos anécdotas de las cosas que pasaban en el colegio y cambió el tema...


-¿No extrañas a tu viejo?
-No. Me dejó de cuatro años
-Ni siquiera un poco?
-Si a las justas recuerdo su cara
-Te envidio, quién como tú 
-Yo debería envidiarte a ti, me crié sólo con mi viejita, pasamos necesidades con mis hermanos
-Pero eres más feliz que nosotros - Y sus ojos cambiaron a ligeramente rojos, a la par que los iba agrandado más, para hacer espacio entre sus párpados y evitar que sus lágrimas corrieran cuesta abajo - No tienes idea de cómo es mi viejo, hemos pensado matarlo.

No sabía que decirle, cogió su polo sudoroso por delante, secó su rostro de las primeras lágrimas... Y lloró... Traté de mostrarle que el mío era un caso peor para que no se sintiera tan mal, pero no sirvió, lloraba cabizbajo, sin sonido alguno, sentado en el borde de la acequia, empuñaba con fuerza la prenda que estrujaba en su rostro

-No sé que decirte
-No sabes nada de la vida, no tienes idea de lo que pasamos con mis hermanos - Levantó ligeramente el rostro con expresión de reclamo, estaba enrojecido y regado de lágrimas - Ayer llegó mi viejo como a las diez, mis hermanos estaban en la cama, yo me subí al techo, ya sabía que iba a llegar borracho, vi el burro a lo lejos balanceando las cantinas de leche y supe que era él, bajé corriendo, desperté a mis hermanos y nos fuimos al corral a escondernos, cuando todo estuvo en silencio, entré corriendo, ya sabía que le estaba pegando a mi vieja, mi vieja soporta en silencio para que no nos demos cuenta, pero ya sabemos, desde hace tiempo, el sonido de las cachetadas nos despierta; agarré un cuchillo y me paré frente a él, no pude decirle nada, tenía algo en la garganta, parecía un nudo, me miró fijo por un momento y sin quitarme la mirada gritó: -Sírveme la comida carajo! Ahora pones a mis hijos en mi contra, perra de mierda, pero ellos se van a enterar que eres una puta - Tú sabes como es mi viejita, cuando él se hace tarde ella empieza a orar en su cuarto y le pide a dios que lo cuide, que lo traiga sano y salvo a la casa. ¿Porqué no le pedirá que se muera?

-Supongo que lo ama, creo que las madres son así, no lo sé con certeza
-Ya quedamos con mis hermanos, lo vamos a matar, sólo falta la idea, tú eres inteligente, sacas buenas notas, puedes hacer un buen plan, a mí no se me ocurre cómo 
-Estás loco, lo dices de molesto
-Lo haré sin tu ayuda, aunque salga mal
Se paró con mirada desafiante, se disponía a irse... 
-Soy tu amigo. Sabes que te ayudaré 
-Ya tengo que irme. ¿Mañana a las tres de nuevo?
-Claro, acá estaré 

Al día siguiente llegó con sus hermanos, estuvimos trabajando y riendo hasta las cinco, luego jugamos pelota media hora, nunca volvimos a hablar del tema; una vez le pregunté por su viejo

-¿Y tu viejo?
-Ese huevón, no quiero hablar de él

Desde entonces nos dedicamos a lo nuestro, jugar, reír, estudiar y trabajar... No se volvió a tocar el tema. 

Teníamos apenas trece años... Trece años 




Carlos Pereyra R.


viernes, 16 de febrero de 2018

Una Gran Lección


Por aquella época laboraba en el Jockey Plaza, para ser un provinciano probando suerte en Lima, estaba bien remunerado, mi hija recién tenía 02 meses de nacida, mi esposa era bella, mi trabajo era estable, pero uno de mis muchos defectos me haría pasar por una circunstancia especial, toda una lección de vida, eso es lo que les voy a narrar y espero hacerme entender...

Perdí el trabajo por circunstancias que detallaré en otro relato, había trabajado en esa empresa por mas o menos tres años y fui “invitado por mi jefe a su oficina para la entregarme el cheque que por liquidación me correspondía.

-¿Qué edad tiene tu niña?
-Un poco más de dos meses Señor.
-Ya es hora de que empieces a pensar como PADRE, ¿No crees?
- Lo hago Señor, por eso estoy perdiendo el trabajo- Iba subiendo el tono
-Ahí vas de nuevo, por el bien de tu familia espero que cambies... tu cheque, la plata se acaba, se acaba, piensa en eso, no es mucho lo que estas recibiendo
-Gracias Señor- Mientras veía en el papel una cifra que nunca había poseído
-Suerte- Extendió su mano.
-Asta pronto Señor , Gracias.

Llegué alegre a la casa y de inmediato alistamos todo y al día siguiente ya estábamos rumbo a Trujillo, hacía 4 años que no iba.
Me dediqué a visitar a todos cuanto pude con el fin de que conocieran a mi hija, y donde llegaba tenía que haber cerveza. La visita duró quince días, y fueron suficientes para despilfarrar la mitad del dinero que tenía, recién a mi regreso recordé que debía saldar unas cuentas, y lo hice, reaccioné cuando ya queda poco, fue entonces que quise dejar de ser empleado y convertirme en mi propio jefe aprovechando la habilidad que tenía en las manos para crear algunas cosas, y empecé.

Compré herramientas eléctricas de todo tipo, de las mas baratas por supuesto, todo lo que quizás necesitaría para crear lo que posteriormente tendría que vender, gasté todo lo que me quedaba excepto el equivalente a una semana de alimentación para nosotros.
Mis primeros clientes fueron familiares y amigos, todos decían que lo que hacía era muy original y bonito, a todos les encantaba, eran unas coloridas y brillantes repisas en forma de casitas especialmente creadas para las habitaciones de los niños. Cuando en mi entorno cercano se acabaron los compradores decidí entrar al mercado informal, cada dos o tres días llevaba dos o tres repisas al centro.

-¡Que bonito!, está muy lindo. ¿Tú las haces?
-Sí, son originales, a donde valla no va a encontrar este modelo y en estos colores.
-¿Siempre estás en esta cuadra?
-Si, si, siempre estoy por acá.

Y fue así que escogí como “mi puesto “, la Av. Emancipación, donde hoy es Metro, y antes fue el Banco Wiesse, ahí conocería a Lucha, Lidia y José, ellos serían mi nuevo circulo de amigos, mi nuevo entorno.

Lucha pasaba de los treinta, era madre soltera, y vendía pilas, seis por un sol, Lidia se aparecía de vez en cuando, vendía hisopos, se sabía muy poco de ella José era mendigo, eso era lo que yo pensaba, estaba postrado en una silla de ruedas, sus piernas no le servían, las tenía insensibles y atrofiadas, sus brazos endurecidos apenas si los podía separar del cuerpo uno o dos centímetros articulando los hombros, no podía articular sus codos, y sus manos, quien sabe cuando se cerraron, tal vez cuando feto y le pasó todo esto notó que la vida se le iba y se aferró, se aferró a ésta empuñando sus manos con tanta fuerza que lo consiguió, y así quedó, tampoco podía articular el cuello, su cabeza estaba fija casi inclinada hacia uno de sus hombros y ligeramente hacia arriba, como tratando de encontrar a Dios por alguna parte; llevaba siempre sobre las piernas una bolsa de caramelos, los que raras veces se vendían, por lo general la gente le daba una moneda y no se atrevían a coger un dulce de la bolsa que al ver se sabía llevaba mucho tiempo sin ser cambiada, estaba ya vieja y algo sucia.

La primera vez que lo vi me sentí desgraciado, normalmente vez a alguien así y sigues caminando, quizás dejes una moneda pero sigues caminando, yo lo tenía ahí, frente a mi todo el tiempo, y podía asumir cada una de sus limitaciones como mías, y me sentía desgraciado a cada momento, hasta que lo escuche “hablar” con Lucha, ¡Que desgracia de ser humano!, como podía Dios permitir que “algo” así existiera, si verlo era desagradable, escucharlo era aun peor, daba escalofríos, cada sílaba emitida era una queja acompañada de un pujido, que convertían el sonido en un balbuceo encajonado, irreproducible e inentendible que arrastraban consigo una serie de gestos y movimientos faciales que lo único que quedaba por hacer era mirar a otro lado. Eso sentí la primera vez que lo vi.

El sentía algo diferente, cuando me miraba sus ojos le brillaban y los músculos de su cara parecían hacer un uniforme esfuerzo para transmitir una sonrisa, sus cejas como pesadas se levantaban casi como saludando

-Le caes bien, te está saludando- Decía lucha quien hacia las veces de su traductora oficial,
nadie mas entendía sus balbuceos
-Hola, ¿Cómo estás?
-Háblale fuerte porque es sordo
-¡Hola! - Y levantaba mi mano para que si no me oyera me viera

Los días pasaron y yo aprendía que la venta varía todos los días, que hay buenos y malos meses, que hay campañas y que no se puede vender lo mismo siempre, que “en el suelo” la gente te paga lo que quieren porque el ambulante es el necesitado, pero fue muy tarde para estas lecciones, demasiado tarde, las primeras repisas se vendieron a S/.40.00 cada una, las tuve que bajar a treinta y posteriormente las dejaría hasta en S/.20.00, la cosa estaba de mal en peor.

Mi situación económica y la de mi familia pronto llegaría a a su peor momento... Y llegó, yo innovaba mis procedimientos tratándolos de hacer cada vez más baratos, producía nuevos modelos, y empecé a entregar papelitos con mi número telefónico, a modo de tarjetas, pero ese día llegó...

-Flaca ya no hay para el almuerzo ¿di? -Pregunté sin dejar el acento trujillano mientras
desayunábamos
-No Calín, y la bebe tiene leche hasta mañana en la mañana
-Me voy, remato al toque una repisa y vengo con la plata para el almuerzo
-Mejor quédate hasta vender todo para que no gastes doble pasaje
-¿Y tú te vas a quedar de hambre? ¿Estás Loca? Me voy y vengo al toque
-Por un día no me voy a morir
-Chau, chau- beso- ya vengo

Era domingo, y estuve desde casi las nueve en el mismo lugar de siempre con las únicas dos repisas que me quedaban, las calles estaban casi vacías, por momentos me alejaba unas cinco o seis cuadras a la redonda, no podía más, debía retornar porque si alguien se animaba a comprar volvería al mismo lugar , ya había hecho varias ventas en esa modalidad y tenía que ir a lo seguro, no podía arriesgar, al menos no ahora.

Me dieron las dos de la tarde y nada, gente que preguntaba y nada mas, ni siquiera alguien con intención de compra como para rematar el producto, las tripas me sonaban, la cocoa y el pan hace rato que ya me habían abandonado, y en la casa me estaban esperando.

Poco después, a eso de las cuatro llegó Lucha, que había encontrado a José por el Jirón de la Unión y lo trajo.

-¿Nada?
-Nada, y no tengo ni para mi pasaje de regreso - Respondí molesto
-Pero recién van a ser las cinco
-Lucha, estoy aquí desde las nueve de la mañana, y nada carajo, estoy jodido
- Tranquilo, vas a ver que ahorita vendes
-¡Hola José!
-Hola - Respondió a su modo

Ya por ese tiempo, yo era el “traductor oficial” de José, mi primera impresión había quedado atrás y empecé a sentir por él algo especial, era increíble, mentalmente era normal, era un palomilla de primera, ya podía hasta interpretar sus gestos; a veces mientras estábamos ahí esperando a un potencial cliente pasaba una que otra fémina, y si ésta era hermosa, José le arrancaba una sonrisa a su petrificado rostro y levantaba las cejas moviendo sus globos oculares. Ya sabía lo que todo aquello significaba

- Si, está buena - le respondía correspondiendo a su esfuerzo por comunicarse y riendo

Conforme transcurría la tarde noté que José me iba mirando de otro modo, si alguna persona se acercaba el balbuceaba indicándome que estuviera atento. D e pronto:
- Estás triste - afirmó - cambia de cara
Nunca le había contado un problema, no hasta ese momento, y se lo conté, me hacía falta que alguien me escuchara, y creo que a él le faltaba eso, alguien que le confiara algo, alguien que, quizás sin querer, lo hiciera sentir importante, que lo hiciera sentir “amigo de alguien”.
- ¿Quién vende?, ¿Quién vende? - me interrumpieron
- Si Señora, diga - respondí mientras veía a José sonreirle a mi nueva posibilidad de venta
- ¿A cuánto tu repisa?
- Seño, son las dos últimas que me quedan, tóquelas sin compromiso para que vea la calidad del material, mire...
- ¿A cuánto?
- Le dejo en veinte soles señito, está regalado
- Haber...
La señora empezó a tocar sus bolsillos una y otra vez, para finalmente tocar su pecho y sacar de entre su busto un pequeño monedero
-...Tengo Diez

No había que darle tantas vueltas al asunto, estaba salvado, ese no era el costo ni del material pero mi necesidad era mas fuerte... Un quejido desvió mis ojo hacia José, pensando que algo andaba mal acerqué mi oído a su boca.
- ¡No!, dile no - Balbuceaba molesto, luchando contra la resistencia de su rostro
- Muy poco - Continuaba

Para cuando mire a mi costado la señora estaba ya a cinco metros de mi, se alejaba con la única posibilidad de llevar algo a mi casa ese día. Y se fue.

No podía molestarme con él, ¿cómo hacerlo?, pero ahora si estaba tranca la cosa.
- Saca cinco - Dijo sin que lograra entender a que se refería
- Saca cinco - Volvió a repetir mientras movía sus globos oculares hacia abajo

Todavía no lograba comprender lo que José trataba de decirme y me quedó mirando, su mirada era diferente, transmitía un sentimiento que hasta ese momento no había visto manifestarse en él.
- ¿Porqué no?, yo soy tu amigo, ¿O no?
- Claro que eres mi amigo - Le respondí mientras veía su rostro desesperarse por vocalizar.
- ¡No soy inútil! .. ¡Yo trabajo!... ¡Quiero ayudarte!
El quería darme prestado cinco soles, era lo que el quería, para mi esa no era la solución, él era un mendigo, ¿Como podría yo recibir dinero de un mendigo?, si yo era superior a él. Y mientras pensaba no me percataba en la expresión de mi rostro, lo que generó un reclamo
- No quiero tu pena... No soy mendigo
Intentaba responderle para explicarle la situación, pero el seguía.
- ¡Saca cinco!

El quería que abriera el canguro sujetado a su cintura y que sacara cinco soles, hasta en eso la cosa era difícil para mi, no sólo debía recibir dinero de un mendigo, si no que debido a las limitaciones propias de su condición , yo debía abrir su canguro y sacar el dinero.

Pensaba en varias cosas en ese momento. Estuve dos años en la Universidad, trabajé para un gobierno regional, el mas moderno Centro Comercial, y tenía que tomar prestado dinero de un mendigo que ni siquiera podía moverse. Se humedecieron mis ojos inicialmente por la rabia de no poder decir que no, solamente veía la situación de mi lado, debía aceptar el dinero o dormiría con mis repisas en la calle.

Volví a mirar su rostro y su mirada pedía piedad, entonces, empecé a ver las cosas desde SU punto de vista, el no quería ser mendigo, quería ayudar, ser útil, tener un amigo a quien él pueda tender una mano lo convertía en una persona normal, pasaría a otro plano, de ser siempre ayudado esta vez sería él quien ayudara, para José dar esa moneda era mas importante que para mi mantener mi orgullo y empecé a reír, y me miró anonadado, cayeron un par de lágrimas que hace buen rato hacían esfuerzos por no darse al abandono.

- De no ser por ti hoy dormiría en la calle

Cambió su expresión por la de satisfacción, los ojos le brillaban y una sonrisa luchaba por dibujarse en sus labios, fue muy difícil tener que abrir su canguro y sacar la moneda.

Llegué a la casa aún preocupado por lo que tenía que conseguir para mañana, Gladys había buscado en todos los bolsillos de los pantalones en el armario y había encontrado unas monedas con lo que compró un menú en el comedor popular y me había guardado un poco.

A la mañana siguiente tocaron la puerta:
- ¿Carlos Pereyra vive acá?
- Si... ¡Calín te buscan!

Hace un par de semanas un muchacho de unos veinte años me preguntó el precio de las repisas, ya las vendía a treinta, pero por molestarlo le dije que cada una costaba cincuenta, y ahí estaba él quería dos repisas para sus sobrinos y ni siquiera estaba pidiendo rebaja, pensé en José en ese momento, tenía razón, diez era muy poco. Esa tarde, sin nada por vender busqué a José para darle las gracias y decirle que su ayuda fue muy importante.

Al cabo de un mes yo ya estaba trabajando en un casino de la Av. Brasil, tuve que vender mis herramientas para sustentarme hasta mi primer sueldo y terminó mi aventura como trabajador independiente.

Siempre que puedo me doy una escapada y busco a José en el centro de Lima, conoce a mi esposa y a mi hija, y cuando nos vamos en mancha nos sentamos en el suelo a conversar con él, y la gente no deja de mirarnos extrañada, no se porqué si yo solo estoy visitando a un amigo...



Carlos Pereyra R.